sábado, 4 de julio de 2009

El Auto Retrato de Miguel Angel Buonarroti












Uno de los más grandes genios que haya dado la humanidad es el italiano Miguel Angel (1475-1564) de cuyo talento dieron fe sus contemporáneos, llamándolo “El Divino”, cualificación excelsa y sobrenatural que aún se suscribiría tras apreciar , simplemente, el techo de la Capilla Sextina vaticana con el monumental Juicio Final, el Moisés y el David , la serie de sus “Piedad”, entre otras maravillas que cuesta prescindir de su mención en la invalidez de un despreciable “etcétera” ante tanta grandeza omitida en el tímido escorzo.
Recientemente se encontró y recuperó en la Capilla Paulina del Palacio Vaticano, muy próxima ella a la Sixtina, una pintura sobre la Crucifixión en que tras caballeros romanos observan la pasión de Jesucristo, estimándose que uno de turbante azul es un auto retrato del autor de la obra, el propio Miguel Angel Buonarroti.
A tal conclusión han llegado expertos multidisciplinarios y magnos en Bellas Artes.
Esa imagen seguramente, así lo creemos, seguramente ha sido comparada en rasgos fisonómicos faciales, entre otras probanzas de distinto tenor y naturaleza, con los partes de diferentes creaciones vinculares a la vida y obra del artista nacido en Caprese.
Entre ellas debe mencionarse un dibujo del discípulo y protegido Daniele Riciarelli, más conocido como Daniele da Valterra (1509- 1566) que hoy se encuentra en el más antiguo Museo de Holanda, el Teylers de la ciudad de Haarlem, muy cercana a Amsterdam. De allí resulta que la nariz de Miguel Ángel era chata.
Ricciarelli fue el que, por orden papal, “vistió” los genitales del “Juicio Final” al ser considerado el nudismo original de las partes pudendas de la humana anatomía en la obra de Miguel Ángel, transgresor de la moral cristiana. El pictórico censor profesional fue tildado desde entonces y despectivamente como “Il braghettone” (de bragueta) lo que al fin de cuentas desmereció por siglos su valía, la que de a poco se ha ido restaurando en positivo. Era un “manierista” al que el minucioso Miguel Angel concedió varios bocetos para que los terminara . Ha sido dificultoso para los idóneos posteriores distinguir a quien en verdad pertenecía el producto concluido, si al uno o al otro. A los “manieristas” se les llamaba así pues pretendían desarrollar sus trazos y configuraciones de diseños a la “manera” de los clásicos, aunque a veces exagerando preciosismos que los ponían al filo de lo sublime o de la cargada exageración mutilante de la belleza pura y equilibrada.
El Buonarroti esculpió varias “Piedad”-el Cristo moribundo en brazos de su madre María-y en la denominada Florentina, quien sostiene a Jesús junto a María Madre y María Magdalena, es Nicodemo el que, se asegura, luce la cara auto recreada de Miguel Angel. De este grupo escultórico, comenzada en 1550, no se conocen bien las razones que lo descorazonaron al punto que llegó a intentar destruirlo. Aún hoy en el Duomo de Florencia, pese a las restauraciones posteriores, se anotan incongruencias en la rodilla de Cristo y en la mano de la Virgen María. Nicodemo, valga la digresión, es el relator en la notable obra literaria del uruguayo Tomás de Mattos “Las Puertas de la Misericordia”,una novelada y poética descripción de la vida santa del nazareno. Esa "Piedad" estaba pensada para el propio sepulcro del artista en Roma y luego fue llevada a Florencia donde actualmente se encuentra. Algunos estudiosos indican que la decepción del artista radicaba en que no alcanzaba a satisfacerle las relaciones trigonométricas y altimetrías entre el nicho y sus alas laterales. Otros que todo se debía a la oposición de la piedra en dejarse vencer por los toques del mago o a que el gran bloque tenía una grieta interior, difícil de superar sin alterar la funeral idea pergeñada.
En 1535 Marcelo Venusti dio su versión del "Divino" con un retrato de alto contenido de penetrante carga psicológica e interesantes juegos de luces y sombras profundas.
También en el mismo Juicio Final de la Sixtina –hecho entre 1536 y 1541Miguel Ángel presentó la figura de San Bartolomé, mártir despellejado, exhibiendo la piel corporal del torturado con la caracterización del rostro del pintor.

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