martes, 2 de junio de 2009

Rictus de Riesgosos Vaticinios.

Un ser extraño...de las grandes fosas marinas. Así, hoy se nos desfigura el setido de la esencia nacional en el país.
Hoy se me preguntó en qué nos podemos considerar “o mais grande do mundo los uruguayos” con ánimo de chanza quizás, pero también de sutil exploración con requisitoria verde para recoger del conejillo una eventual respuesta de naturaleza discutible y proyectiva del pensar individual. Creo que somos "grandes"en haber contado ecuménicamente con el mayor poeta profético en el don de aproximar la esencia cognitiva, horizontal y vertical, del paisaje geográfico y humano que la providencia cósmica nos concedió.

No recayó la alabanza en un científico, político, conquistador, santo ni chamán. Él fue capaz de describir, definir y augurar el destino al país con precisión de latidos de cuarzo relojero.
-“El Uruguay y el Plata

Vivían su salvaje primavera;

La sonrisa de Dios de que nacieron

Aún palpita en las aguas y en las selvas”
... nos dejó en el oráculo de filosofía mestiza de su memorable “Tabaré”.
Se llamaba Juan Zorrilla de San Martín. El Supremo, avisó, le había dispensado al Uruguay su “sonrisa”. Pero ¿tenemos asegurada la Divina Providencia por más que sigamos pecando uso y abuso de la merced sagrada? Sonreíamos sólo de felicidad, aunque algunos especimenes también expresaban sus placeres con llantos. Quizás los menos, aunque en la devoción del empate, de los acuerdos, todos terminábamos riendo y enjugando las lagrimillas en abrazos cordiales.
No hemos tenido científicos memorables; los políticos duran sólo una cuarto de hora; conquistadores es homo fauna inexistente en nuestra pequeñez; si no tenemos beatos, menos santos; y los chamanes están todos presos o bajo sospecha. Solo poetas como mesías y anunciantes de eras. Don Juan dio el veredicto sempiterno cuando le tocó ser Vicario excelso: nos contó en versos románticos que el Creador vio que su obra fue tan buena aquí que sonrió de suprema satisfacción. Nos sacó los tsunamis, los volcanes, los desiertos, las montañas, las temperaturas extremas y todo lo que es grande. Ríos grandes, distancias grandes, pestes grandes, sequías e inundaciones grandes. Nos dio la benignidad encantadora de la pequeñez. Y todavía nos obsequió anualidades con muchas horas de sol para sintetizar en la piel de cada oriental la vitamina C; pastos increíbles con un poder nutricio que los rumiantes transforman en proteínas de primera y aguas corrientes, la natural o la de OSE, y todo lo necesario para que la función clorofiliana fuese de una prodigalidad exuberante. Nadita de petróleo que es peligroso al despertar pulsiones malsanas. Nadita de metales ferrosos que se vienen los gringos por ellos. Una regia medianía. Cuando alguien se las da de grande… es un pillo cercano y potencial. Las grandezas nos llegan solas, por aceptación semiactiva de la frugalidad ponderada en el prolífico maridaje del trabajo inteligente y el solaz recatado.
El poeta no le cantó, como hizo el mejor de Nicaragua, a Theo Rooosevelt y a Walt Whitman, grandes del país de hierro. Ni menos a los dioses del Olimpo. Ni estuvo en el estilo del bardo inglés, interesado en el Hamlet danés o en los amantes de Verona. Ni tal el español manchego que elogió la locura del que se vuelve cuerdo y del cuerdo que se vuelve loco. Pretendimos ser siempre prácticos con serenidad y prudencia, no exenta a veces con incidencias de sagacidades cultivadas en el taller del taller y en el taller áulico de tiza y pizarrón.
Siempre chiquitos, haciendo un culto de lo “pequeño para el mundo y grande para mi” que así respondía el eco dulce y suave de otro vate doctor. Sin soberbias que nos fueron siempre ajenas. Sin fanáticos que terminan con el equino interior desbocado. Con conciencia de miniatura para en la sumatoria de las mesuras mínimas, multiplicar hazañas de supervivencia con recompensas de holguras equilibradas marcando el itinerario de nuestras trayectorias existenciales.
Pero por estos tiempos, Dios se nos está poniendo serio. Olvidamos de a poco y en frecuencias aceleradas, el pacto germinal. Pretendimos pasarnos de sonrientes y el rictus labial ya adopta la gestualidad de lo adusto y mísero.
Han tomado rigidez cadavérica las comisuras que alguna vez resguardaron el calcio noble de limpias y saludables sonrisas, sin sonoras carcajadas destempladas, tan ajenas como el susurro de llantos ahogados y portantes de pavores nuevos que, ahora, parecen ser ya el ritual de riesgosos vaticinios.

No hay comentarios: