jueves, 16 de agosto de 2007

Procesos de Independencia, por aquí y por allá.

La Independencia es cuestión de todos los días...de lo contrario aparecen mezclas raras o exclusivas de Hitler o de Stalin.

Los procesos independentistas del Uruguay y de los EE.UU responden en forma análoga al llamado de la Libertad, anhelo espontáneo, y condición esencial de la humanidad cuando decide por sí frente a las más fuertes encrucijadas del devenir existencial. La Libertad -gran motor de la Historia- supone la capacidad de elegir ante alternativas diversas y, consecuentemente, poseer la virtud de hacernos responsables de opciones no regidas por determinismos mecanicistas. La Naturaleza, escenario de la Vida, tan sumisa a la Ley de la Necesidad, siempre aguarda propicia para reinar sobre el instinto, y no sobre la sagaz inteligencia, elam procreador de la cultura, constructo de la especie en su afán de adaptación al medio espacio-temporal.
Ambos procesos, cuasi paralelos en la escala macro, el nacional y el norteamericano, mostrarán similitudes y diferencias que otorgarán a cada uno sus grandezas y, quizás, inherentes dudas e incertidumbres, desde aquel lapso eterno de la saga generatriz de los padres fundadores, al de sus generaciones sustitutas, concatenados todos en el ritmo dinámico y propio de las eras. Las respectivas epopeyas tendrán vigente el compromiso de defender el salutífero legado de su correspondiente Independencia. Mandato y blasón. Sea en una sucesión de alertas y permanencias frente a vicisitudes, las más heterogéneas y de repente antinómicas en el talante singular de presentación. Contingentemente camufladas con perversos mimetismos que pueden adormecer de ensoñaciones la conciencia colectiva que desarticulan la inmediata aptitud de apaciguar y debilitar hitos portantes de benignos sostenimientos de lo deseable estructuradops por pretéritos puentes de casta, sacrificios y nobleza republicana.
Lozanos y frescos imaginamos los controles sociales, no adormecidos por ingenuidades y deserciones en las búsquedas de imprescindibles excelencias que higienicen rutinas perimidas en los más diversos avatares malignos, incubados por obsolescencias congeladas. Que la Independencia no sea meramente un “Día”, sino, y bien dicho está, un proceso. Aunque se lo sintetice por motivaciones conmemorativas en un rectángulo rojo y feriado de cualquier almanaque nacional.

El trillo del siglo XVIII al XIX nos ofrece uno de los acontecimientos fundamentales de la Época Contemporánea con el desarrollo de la Gran Revolución de Occidente, acompañada a vademecum por una Revolución Maquinista, Industrial, Científica y Tecnológica, que se ordenará descriptivamente en este enfoque por ítems de orientación metodológica y holística al solo efecto de mejorar la comprensión didáctica y comunicacional. Veamos.
*En 1688 la denominada Revolución Gloriosa de Inglaterra abrió el camino a una monarquía parlamentaria que abatió la absolutista de los Estuardo, generando la Declaración de Derechos bajo el fundamento doctrinario del Tratado de Gobierno Civil de John Locke. Tesis contratualista que asigna al pueblo el derecho de ser el depositario único de la soberanía, delegada ella en un gobierno que la administra para la salvaguardia liberal de la vida común, fundamentalmente dividendo y equilibrando en autocontroles, los Poderes del Estado. Esa visión de Locke será, con sus variables locales coyunturales, retomada por Thomas Jefferson y Benjamín Franklin durante la Revolución de las Colonias Inglesas de Norteamérica, génesis de la Primera República Democrática y Federal de nuestra época con primicial elaboración escrita de la ley suprema a partir de la Declaración de Independencia del 04 de Julio de 1776 y , especialmente, mediante la sanción de la Constitución de 1787.
*Las ideas del Barón de Montesquieu en “El Espíritu de las Leyes”, así como “El Contrato Social” de Juan Jacobo Rousseau, serán el numen inspirador de la Revolución Francesa de 1789, abanderada como en los precedentes sacudimientos , de la existencia de Derechos Humanos que alcanzan el universo de todos los ciudadanos –ya no súbditos- justificándose en la doctrina y en la acción alzamientos contra tiranías, marcando, no obstante y muy claro, que no es lo mismo una revolución que una subversión. Esta es la egoísta apropiación de la voluntad por unos, sin el mérito de la Voluntad General que tiende exclusivamente al bien común y no a usurpaciones violentistas, diría el gran ginebrino. Coincidió la erupción del volcán con una hambruna general por la pérdida de las cosechas trigueras, demostrándose que las tribulaciones afectan al unísono el dualismo cuerpo y alma en tiempos de convulsión, episodio del té en Massachussets, impuesto a los cueros en Buenos Aires y Montevideo.
*En 1810, finalmente, también se cerrará la tríada de clamores populares con la Revolución de las Colonias Hispanoamericanas, estallidos de vigorosos Gritos libertarios. Sea el de Dolores mejicano con el martirologio de Hidalgo y Morelos; el venezolano en la voz de Bolívar y Miranda; el Juntista del Río de la Plata, perspicacia de su “Dogma de Mayo” al aseverar que la soberanía retroviene al pueblo cuando graves ausencias, acefalías y arbitrariedades de todo tenor, mediatizan el Poder vaciándolo de sustancia, legitimidad y contenido.
Luego y pronto, el tempestuoso susurro del Grito, que particularmente nos toca con lírica emoción, el de Asencio, 27 de febrero de 1811, comienzo efemérico de la Revolución de la Banda Oriental del río Uruguay. Coordinó sus propósitos la jefatura libremente consentida en manos de don José Artigas, el más próximo de los héroes sudamericanos en afinidades ideológicas- independencia, república, elegibilidad, justicia social hacia los infelices- e instrumentales -federalismo para conseguir autonomía dentro de la Unión- al paradigma de los prohombres reunidos en el Primer y Segundo Congreso de Filadelfia. No en vano Artigas, ya con años de exilio paraguayo, recibió una invitación del Congreso de los EE.UU para allí residir. Definió entonces en un reportaje de su tan gloriosa ancianidad, que su “Sistema” se explicaba con similitudes clonadas desde la matriz autenticada de constituciones norteñas, demostrable historiográficamente en la redacción de las Instrucciones del año XIII, como en los proyectos de textos constitucionales para la Provincia Oriental. Había leído y meditado, además, el influyente folleto de Thomas Paine Common Sense (El Sentido Común) de especial valoración en los meses previos al combate de Lexington cuando se produjo el primer hecho de armas entre ingleses y colonos, notable y oportuno catalizador, también, de nuevas ideas en las colonias meridionales ibéricas.
Fue para el Gral. Artigas el ostracismo en la selva de Caraguatay por defender con santa terquedad y heroísmo una elaboración política de vanguardia, derrotada ayer e inconclusa hoy, pese a los actuales y confusos intentos de integración sudamericana, precio que también pagó con la Guerra de la Secesión EE.UU en 1865, a posteriori armonizado. ¡Ay!…si leer el Discurso de Gettysburgh de Abraham Lincoln parece ser el eco artiguista de la Asamblea de Tres Cruces en la Quinta de Cavia, sede testimonio que en democracia la Autoridad interpósita cesa ante la soberana presencia popular.
Sin Artigas, la Revolución Oriental igualmente prosiguió su rumbo alentador con su pueblo y sus tenientes, alcanzándose una fórmula de segregación platense -con la creación de la República Oriental del Uruguay- que no siendo la suya, pervive y pervivió pese a dolorosos factores de perturbación internos y externos hasta que se consolidó el estatismo pluralista, recién a principios del siglo pasado, enmarcado y gratificado en la merced de los caminos de dignidad sobre los que educó y combatió el General, abriendo las bases para forjar una identidad nacional. Ese fenómeno de calientes décadas conflictivas, fue similar al de otros lugares del continente austral, donde las revoluciones se afianzaron cuanto más se descargaban de equidades y pretensiones sociales, crédito específico a encarar por nuestros días para atender ciertas penurias inmisericordes para tantos desvalidos de crueles infortunios. La independencia es un proceso inacabado que se retroalimenta en fines y objetivos marcados por marchas zigzagueantes, aunque siempre rumbeadas hacia el humanismo justiciero.
Artigas, como los Congresistas en Virginia, tenía muy claro que a los cambios políticos hay que realizarlos cuando la paciencia ante el déspota se agota; justificarlos con pregones públicos de alta sonoridad frente a la conciencia universal; mirar con aperturas analíticas de máxima graduación qué está ocurriendo en todas las facetas de la realidad que se vive y no sólo la que fantasiosamente se recita; y amparar las decisiones en derechos-deber, sagrados, imprescriptibles, como la vida, la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión."Tiemblen esos tiranos de haber excitado vuestro enojo”, sentenció desde Mercedes en abril de 1811, convocando “a la empresa compatriotas que el triunfo es nuestro”. Su Valley Forge lo tuvo cien veces y en cien se levantó hasta que la traición lo internó, descansando con manos de agricultor sus tristes y postreras decepciones en tierra guaraní, paralelismo con el augusto y silente retiro final de George Washington.
Eran aquellos los años de la Revolución Maquinista e Industrial, del Liberalismo Político y Económico ( “laissez faire, laissez passer, no gobernar ni mandar demasiado”) y sus voceros intelectuales como Adam Smith, Ricardo,Quesnay, Gournay, Mirabeau y todo el movimiento ecléctico de la Ilustración ; años del debate religioso entre ser “rico en la tierra por gracia de Dios” o de “hacer tesoros sólo en el cielo”, atrayente disquisición religiosa metafísica, base de una hipótesis que puede dar luz a ciertas explicaciones sobre desarrollos asimétricos que en materia económica tuvieron los países liberados según latitudes, ya asegurada la independencia política; de los avances científicos racionalizados por el método matemático con altos contenidos de pragmatismo. Años que fueron del romanticismo artístico y su predominio del sentimiento y de gestos supremos que iluminaron por bravía extensión actitudinal las valentías en los campos de Trenton y Princeton, como en los de Las Piedras, o el desembarco juramentado con mínimos treinta y tres hombres para luchar contra un máximo Imperio…Sarandí…Ituzaingó; del ascenso social de nuevas clases como la activa burguesía mercantil e industrial y la obrera fabril o artesanal. Cada pueblo adecuó, en una particular idiosincrasia adaptativa la ecuación de Arnold Toynbee del Reto y la Respuesta, sus ensayos, sus esfuerzos y sus aspirantías. Pero creyendo, desde el alma, que la cuestión será siempre “entre la Libertad y el despotismo” y en el encuentro respetuoso de los derechos inviolables e inalienables , “life, liberty and the pursuit of happiness”, declarados “írritos, nulos, disueltos y sin ningún valor para siempre todos los actos de incorporación” por intrusos poderes como afirmó clarividente la Asamblea de la Florida y se ratificó el 18 de Julio de 1830.

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